La novela de Ildefonso Falcones nos permite zambullirnos en la Barcelona del siglo XIV. Son muchas las cosas que encontramos en sus páginas. Como homenaje a la novela, a su autor y a la ciudad donde se desarrollan los hechos, proponemos tres visitas distintas a la ciudad para conocer los escenarios en los que se desarrollan los hechos que recoge la novela. El libro será nuestra guía de viajes.
1. LOS PRIMEROS PASOS DE LA FAMILIA ESTANYOL
El primero es un paseo por los capítulos iniciales del libro. Para empezar nos fijaremos en la entrada de Bernat Estanyol en la ciudad en búsqueda de la libertad.
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Desde su huida con Arnau, Bernat no había dejado de pensar en aquella ciudad, la gran esperanza de todos los siervos. Bernat los había oído hablar de ella cuando iban a trabajar las tierras del señor o a reparar las murallas del castillo o a hacer cualquier otro trabajo
tras perder sus tierras, … aquellos comentarios habían ido cobrando vida …
«Si se logra vivir en ella un año y un día sin ser detenido por el señor —recordaba haber escuchado—, se adquiere la carta de vecindad y se alcanza la libertad.».
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Entramos en la vieja Barcelona por el mismo portal por el cual él entra acompañado de su hijo, veremos la ciudad que él vio y nos acercaremos hasta el barrio de los Escudellers, donde vive su familia. Desde allí seguimos los pasos del pequeño Arnau por la ciudad, acompañado de su amigo Joanet, en búsqueda de su madre, lo que le ha de llevar hasta la iglesia del mar.
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—Esto no es una catedral —oyeron a sus espaldas. Arnau y Joanet se miraron y sonrieron. Se volvieron e interrogaron con la mirada a un hombre fuerte y sudoroso cargado con una enorme piedra a sus espaldas. ¿Y qué es?, parecía decirle Joanet sonriendo—. La catedral la pagan los nobles y la ciudad; sin embargo esta iglesia, que será más importante y más bella que la catedral, la paga y la construye el pueblo.
—Si no es una catedral —intervino Arnau señalando las altas columnas ochavadas—, ¿qué es?
—Esta es la nueva iglesia que está levantando el barrio de la Ribera en agradecimiento y devoción a Nuestra Señora, la Virgen...
Arnau dio un respingo.
—¿La Virgen María? —lo interrumpió con los ojos abiertos de par en par.
—Por supuesto, muchacho —le contestó el hombre revolviéndole el cabello—. La Virgen María, Nuestra Señora de la Mar.
—Y..., ¿y dónde está la Virgen María? —preguntó de nuevo Arnau, con la mirada puesta en la iglesia.
—Allí dentro, en esa pequeña iglesia, pero cuando terminemos ésta, tendrá el mejor templo que ninguna Virgen haya podido tener jamás. |
2. BASTAIX Y CANVISTA: LOS OFICIOS DE ARNAU EN LA CIUDAD DE LOS OFICIOS
El segundo paseo que proponemos hace referencia al mundo del trabajo. Curiosamente, Arnau trabajará en la ciudad de bastaix y canvista, dos oficios importantes pero opuestos ya que mientras los primeros se dedicaban al transporte de las mercancías en el interior de la ciudad, los segundos trabajaban con monedas y movían verdaderas fortunas.
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"Los bastaixos son los arrieros de la mar; transportan las mercaderías desde la playa hasta los almacenes de los mercaderes, o al revés. Cargan y descargan las mercancías después de que los barqueros las hayan llevado hasta la playa.
—Entonces, ¿no trabajan en Santa María? —preguntó Arnau. —Sí. Los que más. —Àngel rió ante la expresión de los niños—. Son gente humilde, sin recursos, pero devotos de la Virgen de la Mar, más devotos que nadie. Como no pueden dar dinero para la construcción, la cofradía de los bastaixos se ha comprometido a transportar gratuitamente la piedra desde la cantera real, en Montjuïc, hasta pie de obra. Lo hacen sobre sus espaldas —Ángel hizo aquel comentario con la mirada perdida—, y recorren millas cargados con piedras que después tenemos que mover entre dos personas.
Arnau recordó la enorme roca que el bastaix había dejado en el suelo.
—¡Claro que trabajan para su Virgen! —insistió Àngel—, más que nadie".
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"Arnau se fijó en sus compañeros: los rostros adormilados se transformaron en sonrisas. Algunos se desperezaron moviendo los brazos hacia atrás y hacia delante, preparando las espaldas. Arnau recordó cuando les daba agua, cuando los veía pasar por delante de él encorvados, apretando los dientes, cargados con aquellas enormes piedras. ¿Sería capaz? El temor atenazó sus músculos; quiso imitar a los bastaixos y empezó a desentumecerlos moviéndolos hacia delante y hacia atrás.
—Tu primera vez —le felicitó Ramon— No te preocupes, muchacho; piensa que cuando cargas piedras para la Virgen, parte del peso lo lleva ella.
Arnau se encorvó y tensó todos los músculos del cuerpo. Todos los presentes guardaron silencio. Los peones soltaron la piedra con suavidad y lo ayudaron a afianzar las manos en ella. Al notar el peso, se encorvó aún más y las piernas se le doblaron. Arnau apretó los dientes y cerró los ojos … Avanzó un pie. El propio peso de la piedra lo obligó a mover el otro y otra vez el primero... y de nuevo el segundo. Si paraba..., si paraba la piedra haría que cayera de bruces.
Sin embargo, no anduvo solo. Todos los bastaixos que salieron tras él le dieron fácilmente alcance y acomodaron su paso al de Arnau durante algunos minutos … Arnau no los escuchaba. Ni siquiera pensaba. Su atención estaba puesta en aquel pie que debía aparecer desde detrás, y cuando lo veía avanzar por debajo de él y plantarse en el camino, volvía a esperar al siguiente; un pie tras otro, sobreponiéndose al dolor".
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"¡Ésta! —Arnau señaló una pequeña casa de dos pisos, cerrada y con una cruz blanca en la puerta ... me gusta. ¿Es adecuada?
—Por supuesto. No podría ser mejor. Mira —le dijo señalándola—, está justo en la esquina de las dos calles de los cambistas: Canvis Nous y Canvis Vells. ¿Qué mejor casa que ésta?
Arnau miró hacia donde le señalaba Guillem. Canvis Vells llegaba hasta el mar, a la izquierda de donde se encontraban; Canvis Nous se abría frente a ellos. Pero Arnau no la había elegido por eso; ni siquiera se había dado cuenta de que aquellas calles fueran las de los cambistas, a pesar de haber andado por ellas en centenares de ocasiones. La casita se alzaba en el linde de la plaza de Santa María, frente a lo que sería el portal mayor del templo.
—Buen augurio —musitó para sí mismo".
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Después de esta carrera laboral, Arnau seguirá ascendiendo y llegará a la cúspide cuando es nombrado cónsul de mar de Barcelona.
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"Acababan de ofrecerle uno de los dos puestos de cónsul de la Mar de Barcelona, el máximo representante del comercio en la ciudad, juez en las disputas mercantiles, con jurisdicción propia, independiente de cualquier otra institución de Barcelona, arbitro de cualquier problema que se plantease en el puerto o que tuviesen sus trabajadores, y vigilante del cumplimiento de las leyes y las costumbres del comercio".
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"… en todas esas ciudades —le contestó Guillem— existen consulados catalanes. Son como el Consulado de la Mar de Barcelona —aclaró—. En cada uno de esos puertos existe un cónsul, nombrado por la ciudad de Barcelona, que imparte justicia en materia comercial y que media en los conflictos que puedan surgir entre los mercaderes catalanes y las gentes o las autoridades del lugar. Todos los consulados tienen una alhóndiga. Son recintos amurallados en los que se hospedan los mercaderes catalanes y que están provistos de almacenes para guardar las mercaderías hasta que son vendidas o embarcadas de nuevo. Cada alhóndiga es como una parte de Cataluña en tierras extranjeras. Son extraterritoriales; quien manda en ellas es el cónsul, no las autoridades del país en que se encuentran.
—¿Y eso?
—A todos los gobiernos les interesa el comercio. Cobran impuestos y llenan sus arcas. El comercio es un mundo aparte, Arnau. Podemos estar en guerra con los sarracenos, pero ya desde el siglo pasado, por ejemplo, tenemos consulados en Túnez o Bugía, y pierde cuidado: ningún cabecilla moro violará las alhóndigas catalanas".
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En este itinerario nos centramos en los restos del pasado menestral de la ciudad, en el período de los obradores y el trabajo y el comercio en la calle. Pasear por la Ribera es encontrarse con calles menestrales y descubrir como la ciudad ha crecido sobre esta base.
3. LOS JUDIOS EN LA CIUDAD Y EN EL LIBRO
La tercera visita que proponemos con la catedral del mar bajo el brazo se centra en el barrio de los judíos. La comunidad tiene mucha importancia en el libro: por una parte, en el libro podemos saber como la comunidad era maltratada en aquella época de dificultades, y por otra también podemos saber como era de importante su peso en la sociedad de la época.
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"—Nosotros no creemos en Jesucristo como el Mesías; el Mesías todavía no ha llegado y el pueblo judío espera su venida —le contó en una ocasión Raquel.
—Dicen que vosotros lo matasteis.
—¡No es cierto! —contestó ella, ofuscada—. ¡Es a nosotros a los que siempre nos han matado y expulsado de donde estuviésemos!
—Dicen —insistió Arnau— que en la Pascua sacrificáis a un niño cristiano y os coméis su corazón y sus miembros para cumplir con vuestros ritos.
Raquel negó con la cabeza.
—¡Eso es una tontería! Tú has comprobado que no podemos comer carne que no sea kosher y que nuestra religión nos prohibe ingerir sangre, ¿qué íbamos a hacer con el corazón de un niño, con sus brazos o con sus piernas? Tú ya conoces a mi padre y al padre de Saúl; ¿los crees capaces de comerse a un niño?
—¿Y la hostia? —preguntó—; dicen también que las robáis para torturarlas y revivir el sufrimiento de Jesucristo.
Raquel gesticuló con las manos.
—Los judíos no creemos en la transubs... —Hizo un gesto de contrariedad. ¡Siempre se trababa con aquella palabra cuando hablaba con su padre!—. Transubstanciación —repitió de corrido.
—¿En la qué?
—En la transubs... tanciación. Para vosotros significa que vuestro Jesucristo está en la hostia, que la hostia es realmente el cuerpo de Cristo. Nosotros no creemos en eso. Para los judíos vuestra hostia no es más que un pedazo de pan. Sería bastante absurdo por nuestra parte torturar a un simple pedazo de pan.
—Entonces, ¿nada de lo que se os acusa es cierto?
—Nada.
—Pero sois usureros. Eso sí que no podéis negarlo.
Raquel iba a contestar cuando oyeron la voz de su padre.
—No. No somos usureros —intervino Hasdai Crescas acercándose a ellos y tomando asiento junto a su hija—; al menos no lo somos tal como lo cuentan. —Arnau permaneció en silencio a la espera de una explicación—. Mira, hasta hace poco más de un siglo, en el año 1230, los cristianos también prestaban dinero con intereses. Tanto judíos como cristianos lo hacíamos, pero un decreto de vuestro papa Gregorio IX prohibió a los cristianos el préstamo con intereses y, a partir de entonces, sólo los judíos y algunas otras comunidades como los lombardos continuamos practicándolo. Durante mil doscientos años los cristianos habéis prestado dinero con intereses. Lleváis poco más de cien años sin hacerlo, oficialmente —Hasdai remarcó la palabra—, y resulta que somos unos usureros.
—¿Oficialmente?
—Sí, oficialmente. Hay muchos cristianos que prestan dinero con intereses a través de nosotros. En cualquier caso quisiera explicarte por qué lo hacemos. En todas las épocas y en todos los lugares los judíos siempre hemos dependido directamente del rey. A lo largo de los tiempos nuestra comunidad ha sido expulsada de muchos países; lo fue de nuestra propia tierra, después lo fue de Egipto, más tarde, en 1183, de Francia, y pocos años después, en 1290, de Inglaterra. Las comunidades judías tuvieron que emigrar de un país a otro, dejar atrás todas sus pertenencias y suplicar a los reyes de los países a los que se dirigían, permiso para establecerse. En respuesta, los reyes, como sucede con los vuestros, suelen apropiarse de la comunidad judía y nos exigen grandes contribuciones para sus guerras y sus gastos. Si no obtuviéramos beneficios de nuestro dinero no podríamos cumplir con las desorbitadas exigencias de vuestros reyes y nos volverían a expulsar de donde nos encontramos".
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"—Toda Europa cree que la peste se debe a los judíos. —Arnau lo interrogó con la mirada—. Dicen que en Ginebra, en el castillo de Chillón, algunos judíos han confesado que la peste ha sido extendida por un judío de Savoy que envenenaba los pozos con una pócima preparada por los rabinos.
—¿Es eso cierto? —le preguntó Arnau.
—No. El Papa los ha exculpado, pero la gente busca culpables.
Toda Barcelona confluyó en la judería y rodeó por los cuatro costados el barrio semiamurallado. Unos se colocaron en el norte, junto al palacio del obispo; otros en poniente, frente a las antiguas murallas romanas de la ciudad; otros se emplazaron en la calle del Bisbe, con la que lindaba la judería por oriente, y los más, entre ellos el grupo al que seguía Arnau, en el sur, en la calle de la Boquería y frente al Castell Nou, donde estaba la entrada al barrio. El griterío era ensordecedor. El pueblo clamaba venganza, aunque de momento se limitaba a gritar frente a las puertas, mostrando sus palos y sus ballestas.
El ataque contra la judería se prolongó dos días, durante los cuales las escasas fuerzas reales, unidas a los miembros de la comunidad judía, intentaron defender el barrio de los constantes asaltos a los que lo sometía un pueblo enloquecido y enfervorizado que, en nombre de la cristiandad, enarbolaba la bandera del saqueo y el linchamiento. Al final, el rey mandó tropas suficientes y la situación empezó a volver a la normalidad.
—¿Cómo terminó el asedio? —le preguntó en otra ocasión Arnau a Sahat.
—Doscientos hombres y mujeres asesinados. Muchas casas saqueadas o incendiadas.
—¡Qué desastre!"
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Para saber sobre pestes, asaltos y odios irracionales nos paseamos por las páginas del libro que nos permiten descubrir mejor las calles del antiguo barrio judío de la ciudad.