EL PARC DEL LABERINT D'HORTA, EL JARDÍN DEL AMOR

"Artis Naturaque Parit Concordia Pulchrum"
(el arte y la naturaleza engendran, en armonía, belleza)

"Ars Concors Foetum Naturae Matris Alumbrat"
(El arte harmonioso da luz el fruto de la madre naturaleza)

El parque del Laberinto de Horta fue un parque extraño y misterioso cuando lo creó don Antoni Desvalls, el marqués de Llupià i consorte de Alfarràs, a finales del siglo XVIII y aún lo sigue siendo. Es un jardín bello pero nada ostentoso, hecho más para el disfrute personal que para impresionar. Un jardín dedicado al amor, tal y como nos lo explica el conjunto escultórico de temática mitológica que ornamenta el jardín.

"El marqués, amante de les delicias del campo, preparó esta ayuda a la tierra sedienta. Año 1794."
Allí el aire siempre ha sido puro y esto era lo que buscaba la aristocracia para descansar. La agrícola y bien regada Horta, como otras poblaciones cercanas a al vieja ciudad, se llenó de residencias, el crecimiento de la ciudad las hizo desaparecer una tras otra, pero el parque del laberinto está milagrosamente bien conservado en una punta de la ciudad, alejado de la ciudad cosmopolita.

Accesos: metro linea 3, parada Mundet, sortida muntanya
Hay que andar en dirección al Velòdrom hasta la entrada a los jardines.

El palacio del marqués de Alfarràs y la torre subirana. La fuente heráldico o del pelícano. La puerta china. La plaza de los leones o de las ocho columnas, los raptos por pasión amorosa de Anfítrite y Europa, el recuerdo de Fernando VII y la reina Amalia (1828) y los cinco caminos. El arte topiaria. El lavadero inferior y el camino al Bosquet. El jardí de les molses (musgos) o el pequeño laberinto, el rey Midas y la fuente de la bestia. La columna de las horas y la pirámide conmemorativa de Alfonso XIII (1908). El laberinto y los mitos del amor, el minotauro, Minos y Pasifae, Ariadna y Teseo, Eros, Eco y Narciso. Los templetes del comercio y la agricultura, Dánae y Ariadna. Los relieves de Deucalion y Pirra y Iris. El canal romántico y la isla del amor. La escalinata y el recuerdo de la estancia real de Carlos IV y Maria Luisa de Borbón-Parma (1802), el pabellón neoclásico, la gran balsa o el gran safareig. La fuente de la ninfa Egeria o el sufrimiento del amor y las Fiestas del centenario del romanticismo (1930). El jardín romántico, la cascada, la cabaña del payés y el falso cementerio.




Es un jardín histórico, el más antiguo de la ciudad, fue concebido en tiempos de la Ilustración. El proyecto concebido por Antoni Desvalls, un noble interesado en matemáticas, ciencias físicas, historia, economía y bellas artes y que hablaba el francés y el italiano, fue desarrollado por el arquitecto italiano Domenico Bagutti o Bugatti (poco se sabe él), fue materializado por el maestro de obras Jaume Valls, al que sucedió su hijo Andreu mientras el jardinero francés Josep Delvalet se encargaba de las plantaciones. El trabajo inicial del ilustrado marqués, enmarcado dentro de los dictados del jardín neoclásico, lo continúan sus descendientes, interviene Elies Rogent y para los nuevos espacios se inspiran en el jardín romántico. La zona ajardinada es una mínima parte del parque, apenas 9 hectáreas de una finca de aproximadamente 50.
El hecho de estar ubicado en la pendiente de una montaña hace que los elementos del jardín sean descubiertos a cada paso. El jardín se resume al final. Pasear por un jardín rico en agua y vegetación, enmarcado por un frondoso bosque y surcado por un dificultoso laberinto de setos entre esculturas mitológicas relacionadas con el incontrolado amor, feliz y terrible, es una actividad inolvidable. Como nosotros, disfrutaron de las gentilezas del jardín tres monarcas.

El jardín se encuentra detrás del palacio familiar de los marqueses actualmente ocupado por servicios de parques y jardines. Destaca la antigua torre subirana de origen medieval. 

Al entrar a los jardines nos espera la fuente heráldica con la corona marquesal, un perro alado, señal de los Llupià, y un ave, dicen que cisne o pelícano. Una puerta china recuerda la existencia de unos desaparecidos jardines orientales.

Ya detrás del palacio en la llamada plaza de los leones o de las ocho columnas, nos encontramos con los primeros arrebatos amorosos. Los hermanos Zeus y Neptuno raptaron a Anfítrite y Europa para poseerlas. 

En un rincón del parque todo un intento de esculpir la naturaleza. Esta técnica artística es la topiaria.

Antes de entrar en el laberinto hay que dejarse caer por el llamado pequeño laberinto, donde hubo antiguamente un sugerente jardín de musgos. Junto a él se levanta una columna que en su día hacía las funciones de reloj de sol.
Y ya es el momento de entrar en el laberinto. Antes de entrar, un relieve nos recuerda el mito del laberinto de Creta y su monstruoso minotauro al que los atenienses debían cumplimentar periódico tributo hasta que Teseo, con ayuda del amor que por él sentía Ariadna, terminó con el pago. Entraremos con ánimo y sin la mágica ayuda que tuvo Teseo. En el centro del laberinto nos espera un monstruo mucho más terrible que el que fue derrotado por Teseo, nos espera Eros que con sus flechas nos enferma de amor. Justo al salir del laberinto, los mitos de Eco y Narciso nos acercan al sufrimiento del amor.
El final del parque nos sitúa en la parte alta de la montaña donde continúan los mitos relacionados con el amor y las actividades de la familia del marqués. En sendos templetes clásicos aparecen Danae, poseida por Zeus al transformarse en lluvia dorada, y Ariadna, que fue abandonada por Teseo tras vencer al minotauro y que esposó con Dionisos. 
Entre ellas dos relieves ilustran los mitos poco conocidos de Deucalión y Pirra, padres de la humanidad, e Iris, mensajera de los dioses.
Por una escalinata, atravesada por el sugestivo canal romántico, accedemos al punto más alto del parque desde donde se obtiene la mejor vista del parque. En el punto más elevado del jardín aparece el pabellón neoclásico, el refugio de su propietario y que constituye el espacio más recóndito de las posesiones del marqués, detrás del cual encontramos el gran lavadero, gran depósito de agua que abastece el jardín. 
Aquí termina el jardín neoclásico, la naturaleza domada por el hombre, la gran realización de Joan Antoni Desvalls. Paralelo a éste aparece el jardín romántico, construido por sus descendientes siguiendo una estética distinta. En este jardín, que aprovecha los antiguos huertos y viñas de la familia, la naturaleza se presenta en estado salvaje, crece desordenada y ornamentada con diversas construcciones como la gran cascada, la casa del payés, la cabaña del ermitaño o el falso cementerio. Si al principio de nuestros pasos nos encontrábamos en el jardín del amor, ahora nos situamos en el de la muerte.

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